lunes, 28 de diciembre de 2009

"Estábamos ya los dos desnudos y él estaba encima de mí cuando
simultáneamente sentí placer y una opresión en el pecho, una angustia mortal,
esclavizante, que aunque traté de disuadir me violó hasta lo más profundo. Se dio
cuenta. Paró, me miró. Me preguntó por qué lloraba. Yo tenía los ojos rojos (lo sé
porque me arden mucho cuando los tengo así) y las lágrimas parecían salir de la fuente
de Salmacis, nunca paraban, no iban a parar, no pretendían hacerlo.

Me sentía horrible: quería sentir su piel, su cuerpo, pero no quería tener sexo.
Necesitaba estar al lado suyo, abrazarlo, quizás hasta verlo dormir;
pero tener sexo no

era compatible con la angustia existencial que vivía dentro de mí en ese momento. Sí,
claro que no iba a poder tenerlo desnudo al lado mío si no hacía lo que fuera por
seducirlo y hacer que me lleve a un hotel, pero no era lo que yo quería. Simplemente
necesitaba verlo tranquilo, con su tergiversada mente dormida..."


~ Abzurdah, Cielo Latini

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